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¿Por qué reducir el consumo de carnes rojas?

¿Por qué reducir el consumo de carnes rojas?

¿Qué tienen en común el cambio climático y un estilo de vida, cuya alimentación gira en torno al consumo de carne? Aunque parezcan asuntos que no tienen relación alguna, lo cierto es que sí la tienen y es más estrecha de lo que muchos piensan. 

 

En los últimos años ha reflotado con fuerza la tendencia de aquellas personas que han optado por suprimir por completo el consumo de carne de todo tipo: rojas, blancas, procesadas, etcétera. 

 

En términos generales, una de las principales razones para optar por esta tendencia tiene que ver con convicciones que promueven el cuidado por los animales. De hecho, es posible que en nuestro círculo de amigos o familiares conozcamos alguna persona que sea “pro animal” y, en consecuencia, vegetarian o vegano.

 

Sin embargo, también hay un grupo cada vez más grande de personas que están optando por dejar de comer carne por otro motivo: el impacto que genera en el medio ambiente toda la cadena de producción de la carne. Es más, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (perteneciente a la ONU), publicó recientemente un informe en el que sugieren reducir el consumo de carne para mitigar el cambio climático. La relación está dada por los estudios que confirman la alta huella de carbono que se genera a partir de su producción.

 

Otros riesgos

Los cuestionamientos respecto del consumo de carne empiezan a surgir precisamente por este tipo de argumentos, más aún cuando están respaldados por organismos internacionales no gubernamentales, como la ONU.

 

A éstos, se suman los que tienen que ver con los beneficios (o perjuicios) que podría tener el consumo de carne para la salud, particularmente las rojas. ¿Cuáles entran en esta categoría? Carnes como las de vacuno, cerdo o cordero. También podrían calificar embutidos como la longaniza, el tocino o los interiores.

 

Los riesgos están asociados al consumo de carnes con más contenido graso, ya que se relacionan con un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculaes, a consecuencia de las grasas saturadas y el colesterol.

 

Pero también hay otros riesgos asociados al consumo en exceso de aquellas que son procesadas, ahumadas o a la parrilla. Para estos efectos, los problemas están relacionados a afectar el funcionamiento del tubo digestivo por las grandes cantidades de hierro y hemoglobina que, en conjunto, podrían aumentar el riesgo de cáncer de colon.

 

Entonces, ¿debemos dejar de comer carne?

En general, quienes están más expuestos a los efectos negativos que podría producir el excesivo consumo de carne tienen patrones de conductas que se pueden identificar fácilmente. Por ejemplo, en personas con una vida sedentaria, mayor ingesta de consumo de alcohol y tabaquismo. Sin dudas, una ecuación nociva para la salud. 

 

Por lo tanto, no se trata de estigmatizar su consumo, sino que éste debe ser moderado, porque también cuenta con nutrientes que podríamos necesitar para mantenernos saludables, como proteínas, vitamina B12 y hierro. 

 

Pero, ¿a qué llamamos consumo “moderado”? Esto se podría traducir en 150 gramos de carne, 1, máximo 2 veces por semana. Otro aspecto a considerar al momento de planificar un consumo moderado de carne, es que no más un tercio sean “rojas” y los otros dos tercios en lo posible sean blancas (pollo, pavo o conejo).

 

Si se trata de carnes rojas, siempre es preferible aquellas que sean magras, es decir, con bajo porcentaje de grasa. Otra indicación pertinente tiene que ver con la cocción, es preferible prepararlas horneadas o cocidas y no ahumadas o a la parrilla.  

 

Como siempre, hábitos saludables como la práctica de actividad física contribuyen a un bienestar generalizado, que en conjunto con una alimentación adecuada nos entregarán una mejor calidad de vida, un estado de bienestar al que todos deberíamos aspirar.